CANCIONES AMARILLAS DE VERANO

POEMAS DEL REGRESO A LA TIERRA

Nunca

Dejes de Estar

Con las Estrellas

Se de cierto,

que nunca me he apartado

de estas calles

barnizadas

por el sol

de melancolía.

nunca me fui

de este cielo

traspasado de aviones

y de pájaros

que volaban,

con la alegría

prendida

en el júbilo

del acero

y del canto,

en las mañanitas

del paso real,

en el camino

de la acequia,

en la larga plaza

de almendros dorados

y samanes inmensos.

Siempre

estuve vigilando

que crecieran

las madreselvas

que florecieran

las bellísimas.

nunca me fui

de las lentas espigas

del valle

ni de este pueblo

que amo.

Una vez,

En Barcelona, en España,

En un recodo

de la gradería,

vi de pronto

una calle,

una plaza

que eran

como este pueblo

de mi infancia,

La calle tenia

un aire distante,

Era el espejo

de una edad remota,

y la iglesia

era la misma

con sus campanas

y la rustica belleza

de sus muros.

Nunca me fui,

de estos contornos.

Este aire me aprisiona,

me lleva entre sus luces,

me acompañaron siempre

estas tardes doradas

dondequiera que fui.

Mi sangre

siempre ha estado

en un tiempo

sin fechas

ni distancias,

añorando

los espacios abiertos,

los grandes árboles,

las nubes azules

que iban

por las colinas,

llevando

agua de lluvia

al ancho valle

erizando de espadines

verdes,

de juncos dorados

por la canícula,

y por el viento bronco

del mediodía.

Nunca

deje de estar

con las espigas

DESDE AQUÍ REGRESO

A TODO LO QUE ME PERTENECE

El viento de la tarde pasa

llevando entre sus redes,

antiguas canciones de amor.

Los árboles se pueblan

de voces mágicas,

de hélices de luz,

de juncos de fuego,

que suben hasta la colina

y llegan las nubes primeras

del crepúsculo.

Son las tardes,

en las que sueño,

en las que pongo a galopar

los oscuros caballos de mi sangre,

por estos caminos,

sobre estas piedras grises,

a la sombra

de los bucares florecidos.

son los días que el viento

que vienen desde el mar

enciende a su paso

las lámparas de la vigilia.

uno oye a lo lejos

los ríos subterráneos

de la sangre

que lava los cristales

los grises minerales

de la eternidad.

Desde aquí regreso

a todo lo que me pertenece.

al grave salmo

de las cigarras del trópico.

al verde espeso

de las hierbas del valle,

Que son,

como puerta de entrada

a las regiones del júbilo

en donde Dios

tiene su morada

aquel

de las desgastadas

y solemnes:

“Si amada mia.

tu presencia me llena

de dulce nostalgia.

mi corazón

se regocija en ti.

el tiempo del amor ha venido.

lo dicen

los juncos de la lengua,

las piedras del arroyo

y las flores

amarillas

de la pradera.

muéstrame tu rostro,

Hazme oír tu voz

porque dulce es la voz tuya

y hermoso tu aspecto

tu eres,

semejante al roció,

que quema con fuegos cristalinos

He vuelto,

entre el ruido

y en la sombra

pequeña

de los geranios

soy ahora,

una nube dormida

piel hecha de olvido

sobre mi sangre antigua.

He vuelto,

porque la vida recomienza

y pone siento

que todas mis alegrías`

He vuelto,

porque la vida recomienza

y porque siento

que todas mis alegrías

Están aquí,

prendidas

con alfileres de oro,

en este muro

de silencios,

que otras manos

alzaron,

cuando yo estuve

ausente

lejos,

de este valle que amo

ENTRE LAS COSAS OLVIDADAS

DE MI INFANCIA

HAY UN VIOLIN MAGICO

Entre las cosas olvidadas

de mi infancia

hay un violín mágico

de esa pequeña caja de música

salían ansias de Vivaldi

ensalmos de Paganini

Yo era un chico

enamorado

de las constelaciones.

La musica.

era solo,

un licor suave

entre mis venas.

ILSE, ERA EL CORAL

Y LAS ALGAS……

Como el rubor

de la mañana.

como su olor,

como su cercanía.

como la molicie

Tenue

del valle

en el otoño,

Se llama Ilse.

Las hojas de lo árboles

estrenaban roció para ella,

porque ella

era la primavera.

Yo le escribía

cartas de amor

y poemas sencillos, con palabras

de un libro

que hablaba,

de pájaros marinos

y de las historias

secretas

de la tierra.

Pero Ilse.

No era un junco

o una estrella

como yo le decía.

ella era

el coral

y las algas

y los altos peces

que sus manos

sostenían

en la sombra.

Para el amor

de Ilse,

nosotros

los de entonces,

juntábamos duraznos,

cotoperies,

helechos

y gladiolos en flor.

Yo la amaba

entre los altos pinos

donde comienza el dìa,

y mis ojos

buscaban

en el agua callada

de los suyos

las rutas

de los grandes navíos

Para sus compañeros

de clase,

Ilse ha muerto.

Solo yo la recuerdo

entre las espumas,

entre los altos peces

que cercan su corazón

en la noche del mar.

EL LIBRO QUE LEIAMOS

DECIA COSAS TRISTES.

Ahora Te recuerdo

como eras entonces.

tenias los ojos grises

y los cabellos

como el agua dorada

del crepúsculo.

El libro que leíamos

decía cosas tristes

“….ahi esta la oscura verdad.

hecha de silencio

y música petrificada.

y caja negra

y liries yacentes”

Eramos

como dos fuegos fatuos,

extraviados,

en la noche del mundo

Nada que ya

de esa llama

de nuestra juventud,

tu estas, ahora,

lejos del arco iris

en un silencio

de eternidad.

Yo,

como lo ves

con tus ojos

empozados de niebla,

voy por la calle

donde

trafican los difuntos,

con una flor amarilla

entre las manos.

ME HE HECHO AMIGO

DE LOS ECLIPSES.

No he perdido

el habito

de contemplar las estrellas,

acostado sobre la arena

de las playas.

Dondequiera que voy

hago lo mismo.

solicito en lo alto

un punto de luz,

algo diferente.

Mis amigos me dicen

que te busco

entre las sombras

y los eclipses.

SILENCIOSA Y BELLA

COMO ERAS.

La carretera que lleva

a la montaña,

nos vio pasar juntos

Los helechos,

fueron testigos

de esas ardedura

de mi sangre.

Elevábamos un papagayo:

-era amarillo-

como todas mis cosas.

yo creía en tus pequeños enojos

y te amaba,

pequeña, como eras,

huidiza, como eras,

silenciosa y bella

como eras.

*************************************************************************

TIEMPO DE OQUEDADES

Y DE ESTACIONES MUSTIAS.

SIENTO SOBRE MI

TODO EL PESO DE LA TIERRA

Siento sobre mi todo el peso de la tierra,

siento en mis costados

como el tiempo pasa

y deja sobre las espigas

de la tarde

una huella dorada

un agitado aire

de relámpagos.

Hago un balance

de todo

lo perdido.

aquel bajel

donde embarque

serpentinas de fuego

y naranjos en flor.

El rostro

de una mujer

vista de repente

en la portada de una revista,

a la salida de un colegia,

o detrás del mostrador

de una agencia de viajes.

Perdí también

aquel rio

de mi infancia

todo hecho

de espumas,

de aguas blancas,

que poblaba el aire

de dulces músicas

agrarias,

y después

se iba cantando

entre las piedras.

También el viento

se ha marchado,

no golpea

con furia

sobre las laderas

de la colina,

y cubre de neblina

el pasto menudo

De la campiña.

no están tampoco

mis mayores,

los que hicieron

mi corazón

para la poesía.

Solo sus fantasma

que surgen

entre el fuego

de las cayenas

y de las trinitarias,

y me vigilan,

siguen mis pasos,

marcan mis edades

y mi tiempo

A veces

salen también

del fondo

de la sombra,

entre viejos

retratos

amarillos,

esas miradas muertas

que adelgazan mi vida,

la tornan

a otra estación de sueño

hacia la época

en la que un niño,

De agua de lluvia,

de piel celeste

que fui,

lanzaba al aire

su canto

sus pequeños conjuros.

Yo se que debo

regresar de nuevo

a esa ciudad oprimida

por el viento

seco

el verano,

a ese ruido torpe,

a esa metálica claridad

de árbol calcinado

Déjame un rato más

sobre la tibia oquedad

de la colina.

quiero sentir de nuevo

como pasa,

el aire de la tarde

sobre el acantilado.

YO VENGO A VECES

A MIRAR ESTOS CAMPOS

Estas Catedrales de silencio

imponen su rescoldo

sobre las espigas.

Yo me inclino a mirar

esos vitrales

en donde se refugia

el fuego del olvido.

de ese cuadro

desteñido y terrible,

salen palabras lastimadas,

mármoles enlutados,

livianos visitantes

de un tiempo muerto

y sepultado

entre las brumas

de una estación ciega

y remota.

Yo vengo a veces,

a mirar estos campos.

y me devuelvo

Con los ojos húmedos,

porque no puedo soportar

que ya no existían,

que no estén

los fantasmas,

las piedras,

las aguas azules,

los objetos que amo,

y que no puedo tocarlos

como entonces hacia.

ES ABRIL

El dia recomienza

adentro.

sale sobre el labrantío

blandiendo su viejo alfanje

blandiendo su viejo alfanje

de batalla.

Es Abril

sobre la tarde

y las soledades.

es Abril, además,

sobre mis huesos.

El rio que pasa lentamente

a la vera del Saman de las Minas

anuncia la furia de mi amor.

Las Hojas secas del verano

se amontonan

cerca de mi,

inútilmente.

POR SI MUERO LEJOS,

EN OTRO PAIS

EN OTRA CASA

Cuando me vaya,

yo se que Irán conmigo:

los caminos

los pasos reales,

las acequias,

los surtidores de agua

en el verano.

Irán en mi cortejo funerario,

los cristofués,

los gallitos de agua

y las piedras de mi ganadería.

De alguna manera,

me escoltaran:

las neblinas de Rancho Grande,

el mar que ame,

y los árboles

que estuvieron

en mi corazón

y en mi poesía

SIGNADO ESTOY

POR PECES REBELDES

Vengo de nuevo

a la ciudad

que me dio sus estrellas

y su lumbre.

Sus calles

me llenaron

para siempre

de una tristeza

tenue.

la verdad

que aun conservo

entre los reclamos

hondos

del hastió

y entre los silencios

que cubre

mi corazón

De poeta

sedentario,

signado

por peces rebeldes

y las esmeraldas

de la melancolía.

Estaba yo

por la segunda

edad,

cuando esta ciudad

era azotada

por los últimos

Repliegues

del verano.

Un olor dulce

de nísperos

se apoderaba

de todo.

tres dias

duraba ese incienso,

esa calamidad

publica

En mi corazón

perdura todavía

esos estivales

De la sangre,

esa fiestas

rural

de la luna

y desagua,

de la feria

del maiz

de los toros

de lidia,

bravos,

hermosos,

torrenciales,

flamencos,

hechos de bronce

aceitunado

en una fragua

griega.

PIENSO

EN LOS DIAS DE LA INFANCIA

A la orilla

del agua trémula

de este pequeño rió

que pasa,

pienso,

en los días de la infancia

cuando mi padre

salía en su caballo

por las calles del pueblo,

en la calida brevedad

de la mañana.

Las casas

eran

blancas,

de muros recios

y lentos

Los techos

Tenían

ocres de soledad,

humeantes remotas,

y pequeños vegetales

enlunados

y silentes.

Cuando regresaba

de la escuela,

los mangos de hilacha,

de piel de oro,

radiantes,

me esperaban.

Mi madre

barría el patio,

regaba las flores,

acariciaba las hortensias.

Recogía en sus pupilas

la lumbre roja

de las fucsias,

el estallido fragante

del jazminero.

el perfume

de la dama de noche

la perseguía,

por los corredores,

en la cocina

en la pequeña estancia

del oratorio

Una leve música

me llega en esta hora,

y en un aire de herredumbes

de tibia transparencia,

vienen a mí

los fuegos de la memoria,

el recuerdo de los días,

la edad distante,

un cielo ya perdido

en olvidos lentos,

perezosos,

que me nublan los ojos

de un agua triste,

como la de este

pequeño rio

que pasa.

EN ESTE AIRE DULCE

DE AÑILES OLVIDADOS

Por razones

del corazón,

regreso

a esta

Latitud

cercada

por aves

migratorias.

Regreso

a las verdes colinas.

a estos muros

amasados

por un barro

sagrado,

por un oxido

de siglos,

Por un aire dulce

de añiles

olvidados,

de alucinadas

masas

minerales

y de la melaza

espesa

de la tierra.

El agua

adormecida

de los lentas

mañanas

del invierno.

El bronce

opaco

de los días,

la vecindad

del caballo

enjaezado,

Estuvieron

simple

en mi memoria

También

me tientan,

la cercanía

del arcoiris

y la quietud

De las paredes

que guardan

la memoria

de un tiempo

aprisionado,

entre las invisibles

raíces

de una edad

con fluidos

de eternidad.

Me aparece

al límite,

a la huella

de aquella

niña

que vivía

en la casa encalada,

de pórtico azul,

en el callejón

que llamaban

de las trinitarias.

Yo la veía pasar

camino de la escuela.

dejaba en el espacio

un olor

de agua de vida.

pequeños soles

de color naranja

caían de su pelo,

y el aire

de la tarde

se volvía trémulo,

como mis ansias,

como la poesía,

como la primavera.

TODO ES COMO UN ECHIZO

El árbol,

la piedra milenaria

que habría de contenerme,

Están todavía allí,

como delgadas sombras

sin vida,

como un hechizo,

como un encantamiento.

Interrogo a los árboles

enlunados,

a los celestes y húmedos

muros nocturnales

sobre todo lo que fui.

Aparezco de pronto

sobre el valle,

lleno de júbilo,

alegre el rostro,

calma la postura,

viendo

como ríen,

como pasan

las horas,

de la vida que lleve

en estos parajes,

en estos lugares solitarios,

donde venia a menudo,

a conversar

con el viento

frió

de la madrugada

EL POETA LLEGA A LA CASA

DEL LIMONERO QUE CANTA

Mientras llega a la colina

sopla el viento del amanecer

sobre los pastizales.

Las estrellas y la luna

todavía alumbran

la ruta campesina

por donde paso,

lleno de madrugadas,

de cotoperies,

de árboles adormecidos

y de luceros,

que abren su sed

en ese espejo ciego,

en ese rió

que viene anunciando

eternidades,

desde la eternidad.

Estoy en Aragua

que es como decir,

una égloga,

una espiga,

un manantial de agua fresca,

para el amor,

en el ocre sonoro del verano.

II

Los míos

mis abuelos,

fueon gentes de vegas

y de labrantíos.

sembraron samanes y cafetos,

llenaron de amarillo

paños de sabanas,

y pusieron azul

como el mar,

el camino ceniciento

de la pradera.

Y los recuerdos ahora,

los veo,

entre sus recinas de caña de azúcar,

en su aguardiente de velorios

y de pulperías,

en esos pueblos terrosos

donde Simón Bolívar,

vestido de general en jefe,

los domingos,

doma un caballo

en el centro de la plaza.

las gentes,

que aman al domador,

adornan esas plazas

de crotos

y de berberias.

III

Vengo y voy hacia la poesía.

Debo llegar a la colina

Y desde allí al paso real.

Si apuro el paso

No me detendrá la noche,

Ni me embrujaran los salmos

De la madrugada.

IV

En la casa

de tesalio Murillo

en Maracay,

ha crecido

un limonero

que canta.

Por eso,

voy de prisa,

en este amanecer,

porque quiero llegar

a tiempo,

a la casa del amigo,

para oírlo

cantar

al limonero

MIRA.

COMO EL TIEMPO PASA.

He vuelto

a recorrer

los caminos

de la fábula.

El tiempo

ha maltratado

las diamelas

y las amapolas,

y se ha secado

el arroyo

que regaba

el patio

de la ranchería.

De esa agua

bebían las bestias

que iban al camino

por el pie del cerro

a la Colonia Tovar.

Era una agua fresca

-como tus ojos-

y los muleros cantaban

en la madrugada

canciones rurales

-como tus cabellos-

el aire

era dulce

y olía

a surco

recién regado

-como tu cintura-

los pájaros

eran,

pequeños bólidos

de color

entre la fronda.

el país de los conucos

y las sementeras

se llenaban de silbos.

El viento de la media mañana

era calido

-como tu piel-

y uno sentía,

que la sangra,

viva,

pasaba quemando

las venas

amarillas

del verano,

se hacia lenta

y dulce

en los pliegues

de la piel,

se esperaba

en la frente,

en las vueltas

del corazón,

se empozaba

en los ojos,

por dentro,

hasta que el paisaje,

las hierbas húmedas

del campo,

las flores agrestes

y los pájaros,

sobre la tierra

lista

para el cultivo,

agitaban los anillos

las campanas de amor

que uno llevo por dentro

Y hacían que brotara

una alegría demente,

un júbilo tierno

vegetal,

ungido

de presagios.

Eran días,

en los que recorría,

los caminos

de la fabula.

Ahora que regreso

no estarás tú,

ni el arroyo,

las diamelas

ni las amapolas.

*************************************************************************

SITIOS Y HUELLAS

DOLIENTES

*************************************************************************

UN ARBOL QUE SUENA

A LA ORILLA DE UN RIO

ES TU NOMBRE

Buscare

en la lejana aldea,

una huella,

un signo propicio

para el homenaje.

Tengo derecho

a encender

todos los fuegos posible

y elevar altares

a mis dioses.

Un árbol que suena

a la orilla de un rió,

es tu nombre

tu procedencia vegetal.

Ante ti,

ciudad de mis mayores,

levantare una estrella.

es una ofrenda

de mi corazón

a tus aires,

a tu presencia,

que te hacen viva en mi soledad.

CIUDAD ANTIGUA

Temeroso

del desnudo sol,

de las láminas

desiguales

de este cielo

de otoño,

de la pura alegría

presentida,

en el filoso

mediodía

que me cerca.

temeroso

y solo,

desvaído

y solo,

camino

como la lluvia

el paso

en la ciudad

sin música

Nadie puede darme razón.

de lo perdido,

ni de la encendida

muchacha

de otros días.

Por sobre una delgada

capa de asbesto,

los ojos solos

de un caballo ciego.

tiendo los brazos

sonámbulos

y absurdos,

me empino,

sobre la piel

de la ciudad

en que muero,

la piel sin tacto

de la ciudad sin música.

Aquí,

hubo,

alguna vez,

naranjos

y ciruelos.

la lenta espiga

de la caña

tuvo aquí su cubil.

la desnuda serpiente

y el airoso rió,

su sementera.

aquí,

alguna vez,

los árboles cantaban

y era la fiesta

del agua

y del carbón.

la piedra milenaria,

la voluptuosa aguja

de la brisa,

ponían a correr

sus lloviznas

sus grises minerales.

También el hechizo

de la colina

la corteza de alguna sed

antigua

que lleno de silbidos

este espacio

sin tregua

Alguien

debe haberse

llevado

la luz

de los cocuyos,

el fulgor cambiante

de la tarde

Con pájaros,

y la arena mojada

del estuario,

con el abuelo

hizo el fuego

y su noche de esmeralda

LICEO

Fue en esta casa,

donde estuvimos juntando

fechas y nostalgias.

El sol quebraba por mitad,

la ruda soledad de los días.

de un vecino campanario

Salían las horas

a rodar por el aire

se quedaban desnudas

al pie de un águila.

-de una estatua sin nombre-

y levantaban el vilo,

bajo el torpe calor

del mediodía,

el asustado vuelo

de plaza con palomas.

Fue aquí

donde estuvo el corazón

detenido.

fue aquí,

la ora de los adioses,

la tarde de las despedidas.

Fue aquí

la herida

Para el pecho jubiloso

la canción encendida

de los primeros días,

las tristezas mas ciertas

golpeando persistentes

las pupilas,

La clara mansedumbre

Del corazón.

Era como lluvia sin tregua,

mojando los espejos de la noche,

la tibia quietud

de unos huesos,

que caminaron temprano

su dolor y su olvido,

A veces,

en la alta noche,

regresamos a la fresca sombra,

nos tenemos pensativos

bajo ciertas ventanas

y envueltas en su palidez,

algunos contornos asaltan,

la quieta,

la delgada

la piel aguda

de la memoria

y el tiempo.

En las recias paredes

de la casa,

en la corteza

de algún árbol amigo,

como un recado sin mengua,

-dormidos en la sombra-,

advertimos de pronto

Dulces nombre lejanos,

que nos llaman

con su luz de recuerdos,

que nos cercan el ánimo,

y detienen la prisa

del corazón más simple

LA ESTACION DE LOS PAJAROS

El limo de las aguas profundas

llena de ansiedad

la estación de los pájaros.

no es el verano

que pasa sobre la sementera

sobre el paño anaranjado

del labrantío.

no es, tampoco

el invierno,

que cose, sus alfileres

de agua,

en los costados,

en los pliegues

de todo

lo que nos circunda.

No es ninguna otra

Estación.

No hablemos de otoño

pues

todavía no llega

ni digas primavera

porque nunca lo hubo.

Es simplemente

la estación de los pájaros.

La época,

el sitio,

cuando ellos cantan

o vuelan

y ponen al aire rojo

o amarillo,

en el breve trazo

de una pluma

aire de amor,

de sueños,

de imposibles,

que paso tantas veces

sobre el tiempo

callado

de la ciudad,

que contuve

Mi sangre

de otros días.

Sucede,

que ahora,

desde lo más profundo,

de una edad remota

y lastimada,

un lodo que sube de la tierra,

un liquido incierto,

-agua sin cauce-,

se apoderan de mi

y me llevan

por caminos invisibles

por rutas de llamas

turbulentas,

a la placida

sombra de los días

en la que reconozco

una furia de colores

y trinos,

es de nuevo,

la estación de los pájaros

sobre mi corazón.

LA MONTAÑA ETZA

UN REGISTRO MUSICAL

DE LOS RIOS SUBTERRANEOS

Con tu resonancia

de caracol marino,

tenias que ser tú,

quien metiera de nuevo

entre mis ojos,

ese mar

que nos hizo diferentes

y cómplices.

Era el mar múltiple

y legendario.

y nosotros:

tú y yo,

simples y adolescentes.

A ti,

te llenaba el agua

de arena,

de sol

de caracolas,

A mí,

me embriagaba,

de soledades celestes

y de sueños.

Tu eras quien hablaba

de las gaviotas el lenguaje

y escribías

las cartas

iridiscentes

del verano.

Yo miraba,

la arena callada

y solitaria,

y esperaba.

tenia para entonces

veinte años

y un corazón

del mismo tamaño frente a mis ojos

en la playa de manzanillo.

Por las noches,

los pescadores

encendían los fuegos

que invitaban al amor.

el aire delgado,

casi transparente

se poblaba de silbos

o se volvía triste

y salvaje.

todo dependía,

de las brumas,

que bajaban

del cerro

de Rancho Grande.

Rancho Grande era

un lugar hecho para la niebla,

un bosque,

una montaña de agua verde

que miraba

hacia el lago,

con sus ojos turbios,

hechos de sal airada

y silenciosa.

La montaña era

un registro musical

de ríos subterráneos,

que arrastraban

dormidas aguas

minerales.

por las noches,

los dioses de la tierra

se reunían alrededor

del pozo

de Guamita

y se escuchaban

dulces.

canciones

de amor.

el aire en esas noches

olía a pomarrosas

y surcaban el aire

mariposas cuajadas de roció

en el filo verdoso

de la madrugada.

Cerca de la trilla

hay un salto de agua

que amo.

allí fui

muchas veces

con mis ansias

y mi vida.

Allí mi corazón

decretaba

días de júbilo,

pero también

en otra edad

del tiempo,

se deshizo

en quimeras,

en delgadas

neblinas

de llanto,

sobre las piedras

grises

del camino

En un recodo

de la carretera

que sube

a la montaña,

esta el puente

de la Alsacia.

los ojos

de acero bruñido

de una muchacha

que fue

mi primer amor,

me miraron

a lo hondo,

con fuerza

de metales

intensos,

salidos

de la savia

embravecida

de la sangre.

nadie ha vuelto

a mirarme

otra vez

de esa manera.

Mi padre me contaba

que en la vuelta del tigre

que ahora llaman La Regresiva,

Vivió una vez

un angel,

un duende,

un fauno,

que tocaba

un flautín encantado.

la crónica decía

de voces múltiples

de lagunas de sueño,

que sorprendían

al viajero

En la alta noche.

Quise resolver

el enigma

y estuve allí

en 1956,

demente y ciego.

el aire pesado

de la cumbre,

el musgo humedecido

y el cercano humor

del mar

son mis testigos,

en la pestaña del bosque

y en mi corazón

bailaban enloquecidas

las estrellas.

ROSTROS, SUEÑOS Y CAMINOS

MIGDALIA LUCENA

Migdalia Lucena

era mágica.

Yo la vi. poniendo luceros

en las noches

de enero

y hacer que los juncos

de la orilla del rio

brillaran en la noche.

Decían que era hija

de un relámpago

y de la lluvia

de la serranía.

Cultivaba campanudas

y era frágil

como los vidrios

amarillos

del verano.

En el liceo

su voz,

llenaba de amor,

el aire campesino

de la mañana

Los pájaros

la entendían

perfectamente.

de otra manera,

no se explica

que se quedaran quietos,

solo hechos de luz

y de color

cuando ella

cantaba.

después supe

que los aleccionaba,

les decía como trinar

entre las nubes

y el viento,

de acuerdo con la estación

o la luz

de los caminos.

Migdalia

era liviana,

como brisa

de la primavera.

encantaba a las luciérnagas,

y ponía,

anillos de amor

en el crepúsculo.

HE VUELTO,

PORQUE LA VIDA RECOMIENZA.

Hemos llegado

al sitio

donde la vida recomienza.

siento

junto a mí,

un rumor suave

de crisantemos,

la cólera verde

del Mar de Las Antillas

y la breve letanía

de tu amor.

Yo recuerdo

que el viento de la montaña

bajaba desde la colina

y pasaba cantando

sobre el acantilado.

Leíamos entonces

el viejo libro,

la tierra en Aragua

es blanda

y dulce,

y esta acostumbrada,

a sepultar peces,

pequeños soles,

madrugadas

y poetas.